El significado histórico del Romanticismo es un tema que aun hoy tratan de clarificar variedad de nuevos estudios que aportan aspectos inusitados, especialmente en el campo del arte.
A
fines del siglo XVIII se declaraba cierta desobediencia respecto a la
tradición, entre las vanguardias del arte y la literatura. Se deseaba y buscaba
un cambio en dirección a algo más mental y abstracto, menos pensado y
racionalizado en referencia al saber y a la creatividad. Se agotaba el cultivo
de un arte cortesano, deshidratado y estirado, incondicional respecto a un
puñado de reglas inamovibles. Los intereses, por no cuajar en la vida material
y cotidiana de la que otros eran dueños, ganaba en los espíritus el ensueño y
la fantasía mediante cierto apartamiento, no de la realidad material y social,
sino de las formas rituales de consolidarse y manifestarse. Se produce un
estallido de sentimientos y valores que gana a Europa en las primeras décadas
del siglo XIX, el siglo del Romanticismo con mayúscula.
No
se inicia sin rumbo ni metas sino como un laboratorio de pensamiento, tierra de
cultivo de sentimientos desde entonces inigualados por sus valores éticos y
estéticos, y que perduran. El romanticismo anida en el corazón de las
generaciones de todas las épocas posteriores por la exaltación de ideales
edificantes, fantasías seductoras e ilusiones esperanzadas en un mundo de pura
subjetividad y ensimismamiento. También por el cultivo del conocimiento
objetivo que estableció las bases de la ciencia y la técnica del siglo XX. Así,
pues, no es, como puede pensarse ligeramente, solo la relación de los
enamorados, de los espíritus solitarios, retraídos y meditativos ni solo la
actitud misantrópica e idealista.
LO MÁS CONOCIDO DEL ROMANTICISMO
No
solo los enamorados están en condiciones de entender lo romántico, sus mayores
secretos y su enorme influencia en todos los renglones de la cultura
occidental. Basta con comparar la literatura romántica, por ejemplo, con la inmediatamente
posterior para que todos lo comprendan. Son indiscutiblemente diferentes, desde
que para la mentalidad de la época que sobreviene encaja mejor el realismo
crudo de carácter removedor (Tolstoi, Dostoievski, Balzac, Zola) y ya no las
cosmovisiones conmovedoras de los románticos (Lamartine, Scott, Byron, Pushkin).
Por lo que el Romanticismo no vale por el sentimentalismo trivial, y no es
necesario ser ingenuo, estar enamorado o aficionarse con proyectos difíciles o
imposibles para captar sus grandes postulados. Alcanza con mencionar dos de sus
aspiraciones para empezar a entenderlo: el amor a la naturaleza y la reivindicación
social de la mujer, hasta entonces personaje secundario e incluso ultrajado,
como muestra el “Fausto” de Goethe en la figura de Margarita (Cortés
Gabaudan).
Pero
valorar el romanticismo no significa suscribirlo, optar por su modo de sentir y
ni siquiera intentar la recreación de su arte, lo que no sería posible ni deseable.
Es una modalidad de la expresión de características inigualadas, hinchada de
humanidad y civismo y que se desprende y contagia con facilidad, algo sombría
en algunos aspectos. Interesarse por sus luces más que por sus sombras puede
enriquecer la sensibilidad actual francamente disminuida, indudablemente más
pobre en imaginación. Es la que a veces ilumina los sentimientos estéticos de
todas las épocas debido a una nervadura emocional y sensible que se distingue con
el término “sentimentalismo”, en el significado históricamente correcto.
La
fuerza que concentra cada conciencia se relaciona con los sentimientos más que
con la racionalidad, pero no con la sensiblería ni con la afectación. Como
sentir generalizado a casi todos los planos de la sensibilidad, el arte y el
pensamiento, es el impulso que se trasmite a la historia de la cultura y llega
hasta las formas de la convivencia y las costumbres. Una cultura del espíritu
tanto como una estética, y también el modo en que se dispone la vida cotidiana,
la convivencia y los sentimientos delicados. Podría decirse que la negativa a
aceptar los severos dictámenes de la racionalidad y el juicio sobre lo
espiritual, sometido a las rigideces de la objetividad, es lo que concentra lo
principal de sus fundamentos filosóficos.
Y
es también una modalidad de vida que arraiga, quiere diseminarse y confundirse
con la naturaleza mediante una nueva clase de contemplación del mundo y de los
seres. No separa lo interno y lo externo, como se separa hoy, después de que
los realismos y materialismos, la ciencia y la técnica marcaran las distancias
enormes entre las capacidades humanas originales y las que desarrolla la
inteligencia aplicada. El Romanticismo, como los realismos y nacionalismos
folklóricos y políticos que le siguieron, no niega la realidad tal como la
captan los sentidos y el sentido común. Pero se afirma en el movimiento
inverso, mediante la impregnación del mundo externo con las impresiones del
interno, algo que más tarde daría lugar a una especial apertura en el arte
llamada “Impresionismo”.
LO MENOS CONOCIDO
El
romántico contempla la realidad como se ha contemplado siempre, pero atreviéndose
e intercambiar con ella lo que ha pasado por el tamiz de su mente y su espíritu.
Se atreve quizá por primera vez en la historia a definirla no solo por
argumentos sino también por sentimientos y presentimientos y por entusiasmos y
pasiones. La intensidad de este desafío puede compararse con la que impulsa la
cultura global y la mundialización de hoy, gobernada por una única fuerza y
exclusiva forma de demostrar su poder de convicción y asimilación. Un poderoso haz
de relaciones entre los humanos, y entre los humanos y la naturaleza, que se
adscribe especialmente a lo contemplativo y brega por captar el mundo
invisible, inapresable y transcendente respecto a toda percepción corporal.
No es solo fantasía, anhelo de un “más
allá”, contacto con lo desconocido por el arte. Si el arte es el reflejo del
drama humano, de la lucha por superar la miseria, la injusticia, la
indiferencia y el egoísmo, entonces encierra una esperanza confiable a partir
de la sola subjetividad. Y, si un hecho tan real como la Revolución Francesa concentra
la mayor inspiración y el despliegue de sus principios no perecederos, también
debe considerarse como una de sus consecuencias. Porque, en tanto desenlace del
célebre fervor político y revolucionario, tiene tras de sí el antecedente del
despertar romántico, es decir, un orden causal parejo al secuencial.
Allí
estaban los promotores de la primera crítica a la Ilustración y el
neoclasicismo, la defensa de “lo formal, noble, simétrico, proporcional y
juicioso”. No cabe duda de que el mismo Kant se incluye entre ellos, así como
Vico y Hume, y por sus ideas políticas, filosóficas o científicas Locke, Hegel
o Humboldt. Pero los principales son Rousseau (un fundador), Montesquieu,
Chateaubriand, Hamann, especialmente Winckelmann que distinguió entre
perfección y belleza e inició la valoración del arte griego clásico, Lessing y
Herder, el Goethe del del empujón inicial, aunque no se considerase romántico, y
el teólogo Schleiermacher que
funda su ciencia en principios románticos.
Entre
los inclasificables Schopenhauer y Nietzsche están los románticos Schelling, filósofo del arte; Schlegel,
que concibe la “poesía progresiva”; Schiller, para quien hay una “fuerza
intermedia” entre el espíritu y la materia (Safranski, 93); Goethe que con
Schiller impulsa el movimiento Sturm und Drang, “Tormenta y Empuje”,
vuelco respecto a la Ilustración en el que el autor de “Fausto” descarga
toda su pujanza juvenil (Cortés Gabaudan); Cousin, jefe del eclecticismo
francés; los historiadores Michelet y Quinet; Lamennais, católico apóstata
amigo de George Sand y precursor del laicismo; Balmes, preclaro metafísico
español cercano al siglo XX; y escritores y filólogos como Bello, Heine, Renan,
Rosmini, Manzoni, Hugo, Blake, Shelley, Wilde, Scott y otros.
El trasiego desde el sentir de
los sentidos al sentir de lo sublime (sublimis = muy alto,
cualquiera sea el sentido que quiera darse), es invención de los románticos, y ya
se anunciaba en Mozart, sin que el autor de “Don Giovanni” tuviera plena
conciencia de lo que se convertirá en símbolo (por el revelamiento de “las
fuerzas ocultas, el inconsciente, la importancia de lo inexpresable y la
necesidad de anticiparlo y de tenerlo en cuenta” (Berlin, 166). Se rompen los
moldes clásicos también en Francia con el drama “Hernani” de Victor
Hugo, en el que un bandido seduce a Doña Sol, cortejada por un duque y el rey
Carlos I de España.
Los
románticos responden al llamado de esas “fuerzas ocultas”, del “inconsciente”,
de lo “inexpresable y la necesidad de anticiparlo y de tenerlo en cuenta”, que
según ellos toman la misma o parecida dirección. En la política, la historia,
el derecho y hasta en la economía buscan esos ancestrales e invisibles
antecedentes en los que es posible encontrar el remedio para todos los males. El
gran edificio con bases en la razón es una quimera: “Toda presunción de que
existen leyes objetivas es, simplemente, una fantasía, una invención humana, un
intento por parte de los hombres de justificar sus conductas; en especial, sus
conductas vergonzosas, al hacer intervenir, o al depositar toda responsabilidad
en los hombros de leyes externas imaginarias” (Berlin, 169).
“La
vieja pugna entre el idealismo y el realismo se decanta por fin a favor del
subjetivismo artístico. Frente a las rígidas reglas de las academias oficiales,
los pintores ‒estén aún inmersos en el Neoclasicismo, como Ingres, o se
denominen románticos o realistas‒ conceden gran importancia a ser únicamente
tributarios de su genio y de la naturaleza. Después de imponerse
definitivamente la pintura al aire libre, esa reivindicación pudo llevarse a
cabo con la mayor pureza en la pintura paisajística: es el caso de Friedrich y
Koch en Alemania, de Rousseau y Corot en Francia, de Constable, Bonington y
Turner en Inglaterra, de Church y Cole en Estados Unidos, de Goya en España, de
Aivazovski en Rusia. El descubrimiento de la luz natural, que culminará finalmente
en el Impresionismo, producirá un cambo fundamental en el cromatismo: esta será
la innovación decisiva de la pintura de esta época” (Eschenburg, 407).
QUIENES FUERON LOS ROMÁNTICOS
La
mayoría de escritores, artistas, arquitectos y pensadores, a partir del último
cuarto del siglo XVIII, debieron apartarse del camino de vida que estaba fijado
para ellos. En Alemania, por ejemplo, eran “en su mayoría hijos de pastores
protestantes, de funcionarios públicos y de otros profesionales semejantes […] fueron
educados para lograr ciertas ambiciones intelectuales y emocionales”. Pero,
como no tenían acceso a los puestos, siempre en manos de la aristocracia, esas
ambiciones “no pudieron concretarse completamente”, por lo que “se frustraron y
comenzaron a alimentar fantasías de todo tipo […] aunque hubo hijos de familias
nobles, en Francia Vigny, en Inglaterra Byron, en Alemania Novalis” (Berlin, 63
y 175). Aunque la raigambre social fuese en general humilde, la cultural fue de
una potencia imperial y plena de innovaciones. Su sensibilidad nace en la nuda
y solitaria autoconciencia, en la reinterpretación de la antigüedad y en la
modificación de las técnicas en todos los campos de la creatividad. Ricos o
pobres, nobles o plebeyos, los románticos estuvieron solos en sus ideas y
sentimientos, desamparados y carentes de apoyo para lo que traían como plan
para renovar radicalmente gustos y costumbres.
El
plan contenía tanta inspiración como contienen las mayores expresiones de la
cultura de las mejores épocas. Es algo que se origina en la voluntad y el
talento y que es capaz de dar una respuesta al agotamiento de las formas de la
cultura clásica y a la tradición que se entumece en los círculos académicos. Se
fue modificando, transformando y desarrollando una nueva sensibilidad desinhibida
que se aventuró en el océano inabarcable de la “condición humana”, en el
absurdo y los límites (Camus) o en el ser libre (Arendt). No cabe duda de que ese
plan arrastra cierta cuota de paroxismo, por la exacerbación, la exaltación de
submundos, patéticos y aterradores. Dio rienda suelta a fantasmagorías,
leyendas grotescas, duendes ensimismados y mensajes de ultratumba a menudo
insustanciales. Pero fue el arrebato de la imaginación, no de propósitos espurios,
inmorales.
Los
románticos privilegiaron lo blanco de una magia bien iluminada éticamente, aun
en el terror (Poe), en la búsqueda errática de la verdad (Goethe), en la
melancolía (Leopardi), los juegos del amor (Heine), la rebeldía (Byron), lo
vicisitudinario (Chateaubriand),
la conmiseración (Victor Hugo). Se propusieron dar con una nueva forma de
belleza, inspirada en la griega, por la que se puede exaltar el bien y descubrir
el mal. Para el romántico la verdad está dentro y no fuera. Estas dimensiones
se oponen como la verdad y la mentira, la confusión entre una simple bacía de
barbero y el yelmo de Mambrino (Girard, 17). No porque negara la realidad del
mundo y la naturaleza en su organización física y biológica, ni la realidad
social a la que pertenecía, que acepta, sino porque niega al intelecto el poder
de captar la belleza. “La belleza esconde su ley en una manifestación sensible
[…] Lo bello se nos presenta como una ‘mera apariencia’, es decir, como una
pura manifestación” (Guerrero, 52).
Los
románticos fueron amantes de la ciencia y se comprometieron con la política de
su tiempo. Goethe fue autor de tratados científicos, Novalis mezcló misticismo
y ciencia; Schiller fue médico y filósofo; Chamisso explorador y naturalista;
Heine tuvo que exiliarse por sus críticas al gobierno alemán; Victor Hugo
político y legislador, defendió los derechos de la mujer; Lamartine, diputado,
abogó por la abolición de la esclavitud, la pena de muerte y la libertad de
prensa; Espronceda bregó por el liberalismo y la libertad y se unió a la
revuelta de París de 1830; Delacroix fue un meticuloso anatomista y un hombre
comprometido con la Revolución Francesa; Géricault pintó temas de la vida
corriente que enalteció hasta convertirlos en hechos heroicos; Leopardi escribió
una historia de la astronomía y reflexionó sobre la moral; Manzoni, el autor de
la famosa novela “Los novios”, militó por la unificación de
Italia; y se podría seguir.
LO INESPERADO EN MEDIO DE LA MARCHA
El
objetivo era modificar el curso básico del acontecimiento tal como era
reconocido, elegido, ejecutado y desarrollado de acuerdo al paradigma de uso.
En música ha sido definido como “la lesa intromisión de la voluntad del
compositor en el transcurrir del discurso, cuya evolución natural se ve
así truncada” (Casablancas, 28). Los románticos cambian el modo en que se
desenvuelve el itinerario de la creación, ya en uso, pero nunca puesto
como principal instrumento creativo. Aquello cuya omisión constituía falta, leyes,
formas, reglas y principios estandarizados que hasta se podían pronosticar, es
inesperadamente metamorfoseado. El carácter revolucionario del arte y el
pensamiento romántico se caracteriza por el cambio en el curso del
acontecimiento, la interrupción de lo esperado por lo inesperado a veces asociada
a la disonancia (Casablancas, 26).
Hacia
fines del siglo XVIII era impensable quebrantar las bases que regían la
composición en el arte y el pensamiento. En todos los planos, político,
filosófico, ético o estético, social o económico, las formas de expresión de la
cultura eran previsibles y se atenían a un modelo llamado “clasicismo”. Está
ligado a la monarquía, el confesionalismo, el conservadurismo, concepciones que
Ilustración mediante serán paulatinamente sustituidas por el liberalismo, el
republicanismo, el reformismo. En el arte se trata del conjunto de concepciones
y consecuentes expresiones consolidadas por el culto de la antigüedad, el
racionalismo y la influencia particular de algunos grandes maestros que se
prolonga más allá de su tiempo. Paulatinamente se va generando un cambio que,
aunque siempre ocurre algo parecido al sobrevenir una nueva corriente en el
arte, en este caso se identifica primordialmente con un cambio en el flujo del
continuo, con lo que en música suele denominarse “estancamiento” (Casablancas,
27). Estudiaremos este fenómeno en un próximo artículo y a propósito del autor
anteriormente citado.
UN ANTES Y UN DESPUÉS
Leer
las partituras musicales permite entender cabalmente los cambios de expectativa
a los que se volverán adictos los románticos, así como al fenómeno del
“estancamiento”. Por ejemplo, la partitura de la sonata para violín y piano de
Beethoven llamada “Pastoral” (Nº 15 en Re M, op. 28) revela la geometría
de la escritura en correlación con la de la audición (compás 108 y siguientes
del Rondó), fenómeno también notorio en el Allegretto de la sonata para piano “Tempestad”
(Nº 17 en Re m, op. 31, nᵒ 2) o en el Allegro de la sonata para violín y piano “Primavera”
(Nº 5 en Fa M, op. 24). La figura imita el entramado sonoro e, inversamente, el
sonido imita la figura gráfica, con lo que se establece una impresión que acusa
la diferencia respecto a la música anterior. Se revela el estallido de corcheas
y semicorcheas, ya no en la suave disposición ondulada a que acostumbraba el
barroco, sino en la de quiebres bruscos y saltos sorpresivos de escalas graves
a agudas y de pianos a fortes.
Se
rompen las expectativas que enlazaban el acontecer melódico y balanceaban las
tensiones de la armonía. No estaba del todo aprovechada la inagotable variedad
que es posible exhumar de escalas, acordes y contrapuntos. Por cierto, Bach la
había desplegado en su mente y aplicado de mil maneras en diversidad de formas
y géneros. Pero, porque era Bach, las contuvo, domesticó, imprimió un orden
matemático y tradujo a una lógica increíblemente sencilla, infinita en las
posibilidades que sugería, y sublime. Mozart y Beethoven aprendieron de ello y
no se contuvieron, yendo más allá de Haydn, que parece ser el primero que
rompió los esquemas. Dejaron que el sonido terminara con la sumisión a todo
orden prestablecido. Mostraron lo que hasta entonces estaba velado por cierta
tradición de pompa y artesanía cortesanas.
Se
empieza a concebir la música como algo opuesto a lo que era normativa de la
estética clásica (en los tratados de Jean-Philippe Rameau, por ejemplo). Aunque
en el siglo XVIII algunos músicos rompían tempranamente algunos esquemas
(Johann Stamitz, Carl P. Emanuel Bach). Si la sensibilidad era objeto de
modificación por una vía física natural, como el sonido, ahora es la
sensibilidad la que toma la iniciativa y exige al sonido, lo modifica y
trastoca. Así fue concebido por Jean-Jacques Rousseau y llevado a la práctica
por Christoph
W. Gluck (Cranston, 17). Lo emocional, desde entonces, se arroga el
derecho de influir sobre los estados psíquicos complejos. El proceso se da al
revés: la composición se libera de los rigores técnicos, de timbres y armonías,
y hasta aparecen nuevos mecanismos en los instrumentos, válvulas en flautas y
oboes, nuevos torneados, el sistema de martillos del pianoforte o los divisi
en la orquesta.
La
mayoría de los grandes cambios estéticos, es verdad, han resultado de la
reacción frente a la sensibilidad anterior. La de los románticos no reacciona
solo respecto a ella, Haydn principalmente, ni solo respecto a la música
galante. Mozart o Beethoven, Schubert o Liszt, Mendelssohn o Schumann, Berlioz
o Bellini recogen uno del otro aquello que les permitirá encontrar un camino
propio. Y entre lo más sorprendente de los románticos, precisamente, está el
hecho por el que, sin dejar de pertenecer a un mismo universo, cada uno crea un
estilo característico, de propiedades intrínsecas absolutamente reconocibles y
originales. Incluso, abriéndose a los gustos y tradiciones locales e
incluyéndolas en sus elaboraciones, tendencia que significará un paso hacia los
nacionalismos musicales con Federico Chopin y su culminación, pasado el medio
siglo, con la obra del “Grupo de los Cinco” (Balákirev, Cui, Musórgski, Rimski-Kórsakov
y Borodin).
EL ARTE DE AYER Y DE HOY
Bien
podría considerarse que reaccionan contra ellos mismos. Asimilan el acervo de
la polifonía germana, del arte vocal y del teclado italianos, la festividad sonora
de los franceses, pero solo para enriquecer el acervo y no para imitar. Llevan
la música a un nivel de importancia que iguala al de la palabra, desde que para
el siglo anterior era un arte secundario. Crean nuevas formas musicales (como
el poema sinfónico), desarrollan una verdadera ciencia de la orquestación y
modifican enteramente la suite y la partita barrocas, agregan un
movimiento a la sonata, Implantan las microformas instrumentales
y el concierto con acompañamiento de orquesta, en el que se luce el instrumento
solista. Estuvo en los orígenes de estas transformaciones la música “de la
sensibilidad” y el estilo galante, predecesor del “neoclasicismo” o “clasicismo
vienés”, progenitor a su vez de lo que entiende como corazón del romanticismo
musical.
Artistas,
escritores y pensadores se rebelaron contra la realidad cruda mediante la
sublimación por el arte, lo que a nadie puede sorprender hoy en día cuando nos
reblamos ante la realidad desplazándola o modificándola. Ellos habían
encontrado el “sendero del bosque” que se pierde en la sombra, su más
preciado símbolo; hoy es frecuente perderse en el sendero que encuentra luces
por todos lados y que no tarda en encandilar. Pero, se trata de los mismos
anhelos y ambiciones que las épocas han querido perpetuar desde siempre y en
las que en pie de igualdad han sido responsables de imprimir en el alma el
designio desolado y triste, incambiable, del saber más esclarecido que baila en
torno a la razón, con sorna y desplante. La cultura se siente como lo más
importante, sobre todo en la pionera Alemania, y ocupa el lugar que en Francia
o Inglaterra ocupan la civilización, el progreso, la prosperidad. No la
felicidad, como en la Europa latina, sino la plenitud en la obediencia y en la
aplicación a las obligaciones primarias (conferencia de Rosa Sala Rose).
La
tristeza romántica, su impavidez, no son ajenas a nuestra época. La actual no
es tan imaginativa como aquélla, no es puramente mental. Pero hoy se cuenta con
la irradiación proteica de los cambios tecnológicos, que en forma virtual
materializan la imaginación, volviéndola palpable. Los románticos volvieron a
la primitiva relación entre lo humano y lo divino simbolizándola en su
confrontación con los dioses a través de un héroe cerebral, el genio. No
olvidaron a su ancestro ni abandonaron sus predilecciones, inclinaciones y
secretas inspiraciones influidas por los místicos medievales. Se auto
suministraron lecturas amontonadas, visiones multifacéticas de pintores
inflamados por impresiones fantásticas o de otro mundo, alterados tanto como
ensimismados. Padecieron la melancolía que produce el vivir atento a los dramas,
a las teatralizaciones y pantomimas de la desgracia tanto como a las de la
falsa felicidad. Y reservaron el uso de la metáfora como instrumento que alude
a la realidad inocultable, a la denuncia tanto como a la sublimación.
El
cuadro no es ajeno a nuestra época. El romanticismo decimonónico agranda y
concentra; la posteridad vigésimo secular achica y estira. Las dos direcciones
principales de los ideales toman por senderos diferentes. Si de acuerdo a los
primeros la sensibilidad se vuelve sobre sí misma, internaliza e implosiona en
la subjetividad, en el ámbito de sus posibilidades autónomas de expansión y
desarrollo, de acuerdo a los segundos la sensibilidad sale de sus círculos
subjetivos, se externaliza y explaya en la realidad descarnada. El arte achica
y estira hoy las tramas tejidas por el Romanticismo, pero el hilo es el mismo. No
es creíble la razón desnuda, desde la Ilustración, no se busca liberarla por la
fe ni ha surgido una fuerza más poderosa. Desde fines del siglo XVIII existe la
intención, solapada o no, de reformar o modificar la materia prima, pero no de
cambiarla por otra. Las coordenadas son las de siempre, con el gran muro
positivista que produjo el evolucionismo, el materialismo y la economía de
mercado. Hoy se comprueba una vuelta a aquellas coordenadas, una vez sufrido el
desastre de las guerras, los enfrentamientos ideológicos y el horror de las
migraciones. Se ha comprobado que no hay una nueva senda trazada ni el despertar
en un mundo diferente.
REFERENCIAS:
BERLIN, Isaiah (2000). “Las raíces del romanticismo”, Madrid, Taurus.
CASABLANCAS, Benet (2020). “Paisajes del Romanticismo musical”, Barcelona, Galaxia Gutenberg.
CORTÉS GABAUDAN, Helena (2020). “Fausto o la insatisfacción del hombre moderno”, Madrid, conf. Fundación Juan March (Web).
CRANSTON, Maurice (1997). “El romanticismo”, Barcelona, Grijalbo Mondadori.
ESCHENBURG, Barbara & GÜSSOW, Ingeborg (2002). “Los maestros de la pintura occidental”, Eslovenia, Taschen.
GIRARD, René (1963). “Mentira romántica y verdad novelesca”, Caracas, Universidad Central de Venezuela.
GUERRERO, Luis Juan (1954). “Qué es la belleza”, Buenos Aires, Editorial Columba.
SAFRANSKI, Rüdiger (2013). “Schiller o la invención del idealismo alemán”, Buenos Aires, Tusquets.
SALA ROSE, Rosa (2014). “Thomas Mann, la vida sobre la barrera”, Madrid, conferencia Fundación Juan March (Web).
WINCKELMANN, Johann (1958). Lo bello en el arte, Buenos Aires, Nueva Visión.
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